Estábamos muy cansadas
después de un día llena de actividad en Florencia, y eran casi las 21:30 y
todavía estábamos parados en una estación dos paradas antes de donde teníamos
que coger el próximo tren a Barga, un pueblo pequeñito encima de una montaña en
el norte de la Toscana. No nos dimos
cuenta de que difícil sería llegar a este pueblo cuando hicimos las reservas,
pero hasta ahora, la gente, la casa, y la vista valían la pena. Pero si no cogiéramos el último tren, quien
sabe cómo íbamos a llegar a casa. Ni uno
de nosotros habló italiano, y aunque mi español nos había ayudado sobrevivido,
no pensé que iba a rescatarnos de este problema.
Afortunadamente, tenemos
un amigo que está estudiando en Florencia que habla italiano, pero no estaba
con nosotros. Así lo llamamos y lo dimos
el número de Antonio, el sólo conductor de taxis en Barga, que ya nos había
conducido muchas veces. A través de una
cadena de llamadas, manejamos convencerlo recogernos en Lucca, 45 minutos de
Barga por coche. En la lluvia fuerte
fuera de la estación de tren, celebramos con la llegada de Antonio, nuestro
conductor (y amigo).
Teníamos 45 minutos en
coche con un hombre que no hablaba ninguna palabra de inglés. Mi amiga y yo estábamos sentado al fondo de
la furgoneta y no podía oírnos en nuestras esfuerzas de hablarle. Convencimos a nuestro amigo al frente, que no
tenía aun nuestro nivel de español, a hablarle.
De algo modalidad de movimientos, palabras españolas y altavoz, pusimos
aprender los números italianos, muchas detalles de su familia y sus hijos, y el
restaurante mejor de Barga.
La noche entera fue una
experiencia inolvidable, y al final aprendimos ni sólo que el español puede
ayudarnos en muchos sitios, sino también que la natura humana se crea para
comunicar y con paciencia y el deseo, sí es posible.
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